miércoles, 18 de julio de 2012

Para tener en cuenta y participar...

CULTURA A LA VISTA

Del 16 al 29 de julio
EL PRECIO DE LAS OBRAS QUE SE DESARROLLAN EN LA CASA DE LA CULTURA ES EL
SIGUIENTE:
$30 – SALA MECANO
$40 – SALA JUAN CARLOS DÁVALOS
ESTÁN A LA VENTA EN BOLETERÍA DE LA CASA DE LA CULTURA (CASEROS 460), EN ALTO
NOA SHOPPING Y POR WWW.AUTOENTRADA.COM.
PROGRAMACIÓN
LUNES 16 A DOMINGO 29 DE JULIO


Museo de Bellas Artes de Salta (Av. Belgrano 992)

- Sala Didáctica para niños, actividades lúdicas y de lectura con material del Museo
. Salón Auditorio.
- Rompecabezas con obras del Museo.
- Biblioteca Infantil de Arte”.
Sábados, 16 hs. Títeres. Salón Auditorio.


MIERCOLES 18 DE JULIO


MAAM - Museo de Arqueología de Alta Montaña (Mitre 77)
17.30 hs: "Cuentacuentos": Narraciones, dibujos y música en vivo con Andrés Sierra. "La gran Carrera" Y
"La llama celestial".


MIERCOLES 18 AL 28 DE JULIO
16 Hs. TITERES LEOMAR
Dirección:

LEOMAR


Museo Casa de Arias Rengel (La Florida 20)
En el marco de los festejos de los 30 años de actividad, con la puesta en
escena de las obras “3 chanchitos 3·, “La Sirena y el Pirata”,
“Dinosaurios” y “Caperucita” . Son estrenos con diferentes técnicas
(guante, sombras, marionetas, de mesa) destacándose la iluminación y
las escenografías.
Entradas: $15 por función (con venta anticipada a $10 desde el 2 al 14

de julio).
http://www.culturasalta.gov.ar/files/PROGRAMA_CULTURA_A_LA_VISTA.pdf

Reaprender a leer y escribir en la era digital | Sociedad | EL PAÍS

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/07/16/vidayartes/1342470400_086502.html

José Luis

El `efecto Twitter´ fomenta la literatura breve para leer en apenas una hora – Literatura – Noticias, última hora, vídeos y fotos de Literatura en lainformacion.com

http://noticias.lainformacion.com/arte-cultura-y-espectaculos/literatura/el-efecto-twitter-fomenta-la-literatura-breve-para-leer-en-apenas-una-hora_Iw4yjXdQKJuba5WqKLA2q7/

José Luis

Para leer y comentar...


La bella alma de don Damián
[Cuento. Texto completo]
 Juan Bosch
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/bosch/la_bella_alma_de_don_damian.htm

Don Damián entró en la inconscienciarápidamente, a compás con la fiebre que iba subiendo por encima detreinta y nueve grados. Su alma se sentía muy incómoda, casi a punto decalcinarse, razón por la cual comenzó a irse recogiendo en el corazón.El alma tenía infinita cantidad de tentáculos, como un pulpo deinnúmeros pies, cada uno metido en una vena y algunos sumamentedelgados metidos en vasos. Poco a poco fue retirando esos pies, y amedida que iba haciéndolo don Damián perdía calor y empalidecía. Se leenfriaron primero las manos, luego las piernas y los brazos; la caracomenzó a ponerse atrozmente pálida, cosa que observaron las personasque rodeaban el lujoso lecho. La propia enfermera se asustó y dijo queera tiempo de llamar al médico. El alma oyó esas palabras y pensó: “Hayque apresurarse, o viene ese señor y me obliga a quedarme aquí hastaque me queme la fiebre”.
Empezaba a clarear. Por los cristales de las ventanasentraba una luz lívida, que anunciaba el próximo nacimiento del día.Asomándose a la boca de don Damián -que se conservaba semiabierta paradar paso a un poco de aire- el alma notó la claridad y se dijo que sino actuaba pronto no podría hacerlo más tarde debido a que la gente lavería salir y le impediría abandonar el cuerpo de su dueño. El alma dedon Damián era ignorante en ciertas cosas; por ejemplo, no sabía queuna vez libre resultaba totalmente invisible.
Hubo un prolongado revuelo defaldas alrededor de la soberbia cama donde yacía el enfermo, y sedijeron frases atropelladas que el alma no atinó a oír, ocupada comoestaba en escapar de su prisión. La enfermera entró con una jeringahipodérmica en la mano.
-¡Ay, Dios mío, Dios mío, que nosea tarde! -clamó la voz de la vieja criada.
Pero era tarde. A un mismo tiempola aguja penetraba en un antebrazo de don Damián y el alma sacaba de laboca del moribundo sus últimos tentáculos. El alma pensó que lainyección había sido un gasto inútil. En un instante se oyeron gritosdiversos y pasos apresurados, y mientras alguien -de seguro la criada,porque era imposible que se tratara de la suegra o de la mujer de donDamián- se tiraba aullando sobre el lecho, el alma se lanzaba alespacio, directamente hacia la lujosa lámpara de cristal de Bohemia quependía del centro del techo. Allí se agarró con suprema fuerza y miróhacia abajo; don Damián era ya un despojo amarillo, de facciones casitransparentes y duras como el cristal; los huesos del rostro parecíanhaberle crecido y la piel tenía un brillo repelente. Junto a él semovían la suegra, la señora y la enfermera; con la cabeza hundida en ellecho sollozaba la anciana criada. El alma sabía a ciencia cierta loque estaba sintiendo y pensando cada una, pero no quiso perder tiempoen observarlas. La luz crecía muy de prisa y ella temía ser vista allídonde se hallaba, trepada en la lámpara, agarrándose con indescriptiblemiedo. De pronto vio a la suegra de don Damián tomar a su hija de unbrazo y llevarla al pasillo; allí le habló, con acento muy bajo. Y heaquí las palabras que oyó el alma:           
-No vayas a comportarte ahora comouna desvergonzada. Tienes que demostrar dolor.
-Cuando llegue gente, mamá-susurró la hija.
-No, desde ahora. Acuérdate que laenfermera puede contar luego...
En el acto la flamante viudacorrió hacia la cama como una loca diciendo:
-¡Damián, Damián mío; ay, miDamián! ¿Cómo podré yo vivir sin ti, Damián de mi vida?
Otra alma con menos mundo sehubiera asombrado, pero la de don Damián, trepada en su lámpara, admiróla buena ejecución del papel. El propio don Damián procedía así enciertas ocasiones, sobre todo cuando le tocaba actuar en lo que élllamaba "la defensa de mis intereses". La viuda lloraba ahora"defendiendo sus intereses". Era bastante joven y agraciada, en cambiodon Damián pasaba de los sesenta. Ella tenía novio cuando él laconoció, y el alma había sufrido ratos muy desagradables a causa de loscelos de su ex dueño. El alma recordaba cierta escena, hacía por ciertopocos meses, en la que la mujer dijo:
-¡No puedes prohibirme que lehable! ¡Tú sabes que me casé contigo por tu dinero!
A lo que don Damián habíacontestado que con ese dinero él había comprado el derecho a no serpuesto en ridículo. La escena fue muy desagradable, con intervención dela suegra y amenazas de divorcio. En suma, un mal momento, empeoradopor la circunstancia de que la discusión fue cortada en seco debido ala llegada de unos muy distinguidos visitantes a quienes marido y mujeratendieron con encantadoras sonrisas y maneras tan finas que sólo ella,el alma de don Damián, apreciaba en todo su real valor.
Estaba el alma allá arriba, en lalámpara, recordando tales cosas, cuando llegó a toda prisa unsacerdote. Nadie sabía por qué se presentaba tan a tiempo, puesto quetodavía no acababa de salir el sol del todo y el sacerdote había sidovisita durante la noche.
-Vine porque tenía elpresentimiento; vine porque temía que don Damián diera su alma sinconfesar -trató de explicar.
A lo que la suegra del difunto,llena de desconfianza, preguntó:
-¿Pero no confesó anoche, padre?
Aludía a que durante cerca de unahora el ministro del Señor había estado encerrado a solas con donDamián, y todos creían que el enfermo había confesado. Pero no habíasucedido eso. Trepada en su lámpara, el alma sabía que no; y sabíatambién por qué había llegado el cura. Aquella larga entrevistasolitaria había tenido un tema más bien árido; pues el sacerdoteproponía a don Damián que testara dejando una importante suma para elnuevo templo que se construía en la ciudad, y don Damián quería dejarmás dinero del que se le solicitaba, pero destinado a un hospital. Nose entendieron y al llegar a su casa el padre notó que no llevabaconsigo su reloj. Era prodigioso lo que le sucedía al alma, una vezlibre, eso de poder saber cosas que no habían ocurrido en su presencia,así como adivinar lo que la gente pensaba e iba a hacer. El alma sabíaque el cura se había dicho: "Recuerdo haber sacado el reloj en casa dedon Damián para ver qué hora era; seguramente lo he dejado allá". Demanera que esa visita a hora tan extraordinaria nada tenía que ver conel reino de Dios.
-No, no confesó -explicó elsacerdote mirando fijamente a la suegra de don Damián-. No llegó aconfesar anoche, y quedamos en que vendría hoy a primera hora paraconfesar y tal vez comulgar. He llegado tarde, y es gran lástima -dijomientras movía el rostro hacia los rincones y las doradas mesillas, sinduda con la esperanza de ver el reloj en una de ellas.
La vieja criada, que tenía más decuarenta años atendiendo a don Damián, levantó la cabeza y mostró dosojos enrojecidos por el llanto.
-Después de todo no le hacía falta-aseguró-, que Dios me perdone. No necesitaba confesar porque tenía unabella alma, una alma muy bella tenía don Damián.
¡Diablos, eso sí era interesante!Jamás había pensado el alma de don Damián que fuera bella. Su amo hacíaciertas cosas raras, y como era un hermoso ejemplar de hombre rico yvestía a la perfección y manejaba con notable oportunidad su libreta debanco, el alma no había tenido tiempo de pensar en algunos aspectos quepodían relacionarse con su propia belleza o con su posible fealdad. Porejemplo, recordaba que su amo le ordenaba sentirse bien cuando traslaboriosas entrevistas con el abogado don Damián hallaba la manera dequedarse con la casa de algún deudor -y a menudo ese deudor no teníadónde ir a vivir después- o cuando a fuerza de piedras preciosas y deayuda en metálico -para estudios, o para la salud de la madre enferma-una linda joven de los barrios obreros accedía a visitar cierto lujosodepartamento que tenía don Damián. ¿Pero era ella bella o era fea?
Desde que logró desasirse de lasvenas de su amo hasta que fue objeto de esa mención por parte de lacriada, había pasado, según cálculo del alma, muy corto tiempo; yprobablemente era mucho menos todavía de lo que ella pensaba. Todosucedió muy de prisa y además de manera muy confusa. Ella sintió que secocinaba dentro del cuerpo del enfermo y comprendió que la fiebreseguiría subiendo. Antes de retirarse, mucho más allá de la medianoche,el médico lo había anunciado. Había dicho:
-Puede ser que la fiebre suba alamanecer; en ese caso hay que tener cuidado. Si ocurre algo llámenme.
¿Iba ella a permitir que se lehorneara? Se hallaba con lo que podría denominarse su centro vital muycerca de los intestinos de don Damián, y esos intestinos despedíanfuego. Perecería como los animales horneados, lo cual no era de suagrado. Pero en realidad, ¿cuánto tiempo había transcurrido desde quedejó el cuerpo de don Damián? Muy poco, puesto que todavía no se sentíalibre del calor a pesar del ligero fresco que el día naciente esparcíay lanzaba sobre los cristales de Bohemia de que se hallaba sujeta.Pensaba que no había sido violento el cambio de clima entre lasentrañas de su ex dueño y la cristalería de la lámpara, gracias a locual no se había resfriado. Pero con o sin cambio violento, ¿qué habíade las palabras de la criada? "Bella", había dicho la ancianaservidora. La vieja sirvienta era una mujer veraz, que quería a su amoporque lo quería, no por su distinguida estampa ni porque él le hicieraregalos. Al alma no le pareció tan sincero lo que oyó a continuación.
-¡Claro que era una bella alma lasuya! -corroboraba el cura.
-Bella era poco, señor -aseguró lasuegra.
El alma se volvió a mirar y viocómo, mientras hablaba, la señora se dirigía a su hija con los ojos. Entales ojos había a la vez una orden y una imprecación. Parecían decir:"Rompe a llorar ahora mismo, idiota, no vaya a ser que el señor cura sedé cuenta de que te ha alegrado la muerte de este miserable". La hijacomprendió en el acto el mudo y colérico lenguaje, pues a seguidasprorrumpió en dolorosas lamentaciones:
-¡Jamás, jamás hubo alma más bellaque la suya! ¡Ay, Damián mío, Damián mío, luz de mi vida!
El alma no pudo más; estabasacudida por la curiosidad y por el asco; quería asegurarse sin perderun segundo de que era bella y quería alejarse de un lugar donde cadaquien trataba de engañar a los demás. Curiosa y asqueada, pues, selanzó desde la lámpara en dirección hacia el baño, cuyas paredesestaban cubiertas por grandes espejos. Calculó bien la distancia paracaer sobre la alfombra, a fin de no hacer ruido. Además de ignorar quela gente no podía verla, el alma ignoraba que ella no tenía peso.Sintió gran alivio cuando advirtió que pasaba inadvertida, y corrió,desolada, a colocarse frente a los espejos.
¿Pero qué estaba sucediendo, granDios? En primer lugar, ella se había acostumbrado durante más desesenta años a mirar a través de los ojos de don Damián; y esos ojosestaban altos, a un metro y setenta centímetros sobre el suelo; estabaacostumbrada, además, al rostro vivaz de su amo, a su ojos claros, a supelo brillante de tonos grises, a la arrogancia con que alzaba el pechoy levantaba la cabeza, a las costosas telas con que se vestía. Y lo queveía ahora ante sí no era nada de eso, sino una extraña figura de acasoun pie de altura, blanduzca, parda, sin contornos definidos. En primerlugar, no se parecía a nada conocido, pues lo que debían ser dos pies ydos piernas, según fue siempre cuando se hallaba en el cuerpo de donDamián, era un monstruoso y, sin embargo, pequeño racimo de tentáculoscomo los del pulpo, pero sin regularidad, unos más cortos que otros,unos más delgados que los demás y todos ellos como hechos de humosucio, de un indescriptible lodo impalpable, como si fuerantransparentes y no lo fueran, sin fuerza, rastreros, que se doblabancon repugnante fealdad. El alma de don Damián se sintió perdida. Sinembargo sacó coraje para mirar más hacia arriba. No tenía cintura. Enrealidad, no tenía cuerpo ni cuello ni nada, sino que de donde sereunían los tentáculos salía por un lado una especie de oreja caída,algo así como una corteza rugosa y purulenta, y del otro un montón depelos sin color, ásperos, unos retorcidos, otros derechos. Pero no eraeso lo peor, y ni siquiera la extraña luz grisácea y amarillenta que laenvolvía, sino que su boca era un agujero informe, a la vez como deratón y de hoyo irregular en una fruta podrida, algo horrible,nauseabundo, verdaderamente asqueroso, ¡y en el fondo de ese hoyobrillaba un ojo, su único ojo, con reflejos oscuros y expresión deterror y perfidia! ¿Cómo explicarse que todavía siguieran esas mujeresy el cura asegurando allí, en la habitación de al lado, junto al lechodonde yacía don Damián, que la suya había sido una alma bella?
-¿Salir, salir a la calle yo así,con este aspecto, para que me vea la gente? -se preguntaba en lo quecreía toda su voz, ignorante aún de que era invisible e inaudible.Estaba perdida en un negro túnel de confusión. ¿Qué haría, qué destinotomaría?
Sonó el timbre. A seguidas laenfermera dijo:
-Es el médico, señora. Voy aabrirle.
A tales palabras la esposa de donDamián comenzó a aullar de nuevo, invocando a su muerto marido yquejándose de la soledad en que la dejaba.
Paralizada ante su propia imagenel alma comprendió que estaba perdida. Se había acostumbrado a surefugio, al alto cuerpo de don Damián; se había acostumbrado incluso alinsufrible olor de sus intestinos, al ardor de su estómago, a lasmolestias de sus resfriados. Entonces oyó el saludo del médico y la vozde la suegra que declamaba:
-¡Ay, doctor, qué desgracia,doctor, qué desgracia!           
-Cálmese, señora, cálmese-respondía el médico.
El alma se asomó a la habitacióndel difunto. Allí, alrededor de la cama se amontonaban las mujeres; depie en el extremo opuesto a la cabecera, con un libro abierto, el curacomenzaba a rezar. El alma midió la distancia y saltó. Saltó confacilidad que ella misma no creía tener, como si hubiera sido de aire oun extraño animal capaz de moverse sin hacer ruido y sin ser visto. DonDamián conservaba todavía la boca ligeramente abierta. La boca estabacomo hielo, pero no importaba. Por allá entró raudamente el alma y aseguidas se coló laringe abajo y comenzó a meter sus tentáculos en elcuerpo, atravesando las paredes interiores sin dificultad alguna.Estaba acomodándose cuando oyó hablar al médico.
-Un momento, señora, por favor-dijo. El alma podía ver al doctor, aunque de manera muy imprecisa. Elmédico se acercó al cuerpo de don Damián, le tomó una muñeca, parecióazorarse, pegó el rostro al pecho y lo dejó descansar ahí un momento.Después, despaciosamente, abrió su maletín y sacó un estetoscopio; contodo cuidado se lo colocó en ambas orejas y luego pegó el extremosuelto sobre el lugar donde debía estar el corazón. Volvió a ponerexpresión azorada; removió el maletín y extrajo de él una jeringahipodérmica. Con aspecto de prestidigitador que prepara un númerosensacional, dijo a la enfermera que llenara la jeringa mientras él ibaamarrando un pequeño tubo de goma sobre el codo de don Damián. Alparecer, tantos preparativos alarmaron a la vieja criada.
-¿Pero para qué va a hacerle eso,si ya está muerto el pobre? -preguntó.
El médico la miró de hito en hitocon aire de gran señor; y he aquí lo que dijo, si bien no para que leoyera ella, sino para que le oyeran sobre todo la esposa y la suegra dedon Damián:
-Señora, la ciencia es la ciencia,y mi deber es hacer cuanto esté a mi alcance para volver a la vida adon Damián. Almas tan bellas como la suya no se ven a diario y no esposible dejarle morir sin probar hasta la última posibilidad.
Este breve discurso, dicho connoble calma, alarmó a la esposa. Fue fácil notar en sus ojos un brilloduro y en su voz cierto extraño temblor.
-¿Pero no está muerto? -preguntó.
El alma estaba ya metida del todoy sólo tres tentáculos buscaban todavía, al tacto, las venas en quehabían estado años y años. La atención que ponía en situar esostentáculos donde debían estar no le impidió, sin embargo, advertir elacento de intriga con que la mujer hizo la pregunta.
El médico no respondió. Tomó elantebrazo de don Damián y comenzó a pasar una mano por él. A ese tiempoel alma iba sintiendo que el calor de la vida iba rodeándola,penetrándola, llenando las viejas arterias que ella había abandonadopara no calcinarse. Entonces, casi simultáneamente con el nacimiento deese calor, el médico metió la aguja en la vena del brazo, soltó elligamento de encima del codo y comenzó a empujar el émbolo de lajeringuilla. Poco a poco, en diminutas oleadas, el calor de la vida fueascendiendo a la piel de don Damián.
-¡Milagro, Señor, milagro!-barbotó el cura.
Súbitamente, presenciando aquellaresurrección, el sacerdote palideció y dio rienda suelta a suimaginación. La contribución para el templo estaba segura, ¿pues cómopodría don Damián negarle su ayuda una vez que él le refiriera, en losdías de convalecencia, cómo le había visto volver a la vida segundosdespués de haber rogado pidiendo por ese milagro? “El Señor atendió amis ruegos y lo sacó de la tumba, don Damián”, diría él.
Súbitamente también la esposasintió que su cerebro quedaba en blanco. Miraba con ansiedad el rostrode su marido y se volvía hacia la madre. Una y otra se hallabandesconcertadas, mudas, casi aterradas.
Pero el médico sonreía. Se hallabamuy satisfecho, aunque trataba de no dejarlo ver.
-¡Ay, si se ha salvado, gracias aDios y a usted! -gritó de pronto la criada, los ojos cargados delágrimas de emoción, tomando las manos del médico-. ¡Se ha salvado,está resucitado! ¡Ay, don Damián no va a tener con qué pagarle, señor!-aseguraba.
Y cabalmente en eso estabapensando el médico, en que don Damián tenía de sobra con qué pagarle.Pero dijo otra cosa. Dijo:
-Aunque no tuviera con qué pagarmelo hubiera hecho, porque era mi deber salvar para la sociedad un almatan bella como la suya.           
Estaba contestándole a la criada,pero en realidad hablaba para que le oyeran los demás; sobre todo paraque le repitieran esas palabras al enfermo unos días más tarde, cuandoestuviera en condiciones de firmar.
Cansada de oír tantas mentiras elalma de don Damián resolvió dormir. Un segundo después don Damián sequejó, aunque muy débilmente, y movió la cabeza en la almohada.
-Ahora dormirá varias horas-explicó el médico- y nadie debe molestarlo.
Diciendo lo cual dio el ejemplo, ysalió de la habitación en puntillas.
FIN

martes, 17 de julio de 2012

Quino. Sitio oficial de Quino

http://www.quino.com.ar/

José Luis

De frases y refranes

http://www.eltribuno.info/salta/180513-De-frases-y-refranes.note.aspx#

De frases y refranes

01:21

    Vuelvo hoy con el análisis de dicciones que conocemos y utilizamos de tanto en tanto, con el objeto de saber su significado y orígenes.

    En pelotas

    “En pelotas y en paños menores” es una expresión muy conocida, aunque esta versión es propia de España. En Argentina se dice: “Andar en pelotas”. Siguiendo a José María Iribarren, es un modo adverbial que significa “en cueros” o sea, literalmente desnudo, sin ropa alguna. Por otra parte agrega, “dejar a uno en pelotas” equivale a “despojarlo de sus bienes, robarle cuanto tiene y desnudarlo de la ropa exterior”. Las variantes más usadas son: “Estar / andar / dejar en pelotas”.
    Vale lo que pesa
    Este es el segundo aforismo del que me ocuparé. Hace alusión al peso en oro o en plata que, para la consideración de la persona que lo pronuncia, tiene la persona o cosa a la que se refiere. Pareciera que, en las antiguas leyes de los pueblos bárbaros del norte de Europa, se obligaba al asesino de un hombre a pagar a sus parientes o deudos una cantidad de oro o plata semejante al peso del asesinado. Entonces, el matador tenía que entregar a los deudos esa cantidad de oro o plata, según la clase o condición social de la víctima. En algunas circunstancias, cuando esa entrega no lograba apaciguar a los parientes, era necesario que el reo la aumentara según las exigencias de aquellos. Cuando se cumplía con esto, el victimario quedaba libre de su culpa.
    Más adelante tal costumbre se extendió, como un exvoto o promesa, para librarse de una enfermedad o de la muerte, entre católícos devotos o piadosos. Se practicaba, en consecuencia, esta costumbre de pedir por un criminal para eximirlo del castigo que podía corresponderle por su fechoría, con el objeto de que, quien rezaba por esto, se librara de una enfermedad, muerte o algún peligro que lo amenazaba. Esto también podía ser impetrado para otras personas, no solo para el que lo pedía. Se ofrecía a Dios, o a algún santo al que se era devoto, entregar el peso del enfermo en oro, plata, trigo, o de algún otro elemento de valor, si el enfermo curaba.
    Se cuenta que Chacarico, rey de los suevos, hizo pesar en oro y plata el cuerpo de su hijo enfermo y envió tal cantidad a la tumba de San Martín, para que el santo le obtuviera la curación que tanto necesitaba. Asimismo, a título de curiosidad, relata Iribarren que, en la actualidad, al Aga Khan le regalaban todos los años su peso en oro.

    Pero también nosotros podemos comprobar ya en nuestra cultura, aunque no se trate del peso en oro o plata de una persona, que los promesantes llenan las imágenes de la Virgen y los santos con exvotos que testimonian su agradecimiento por la curación de distintas enfermedades, para ellos o para sus “promesados”, como les llaman los lugareños. Entregan en las iglesias o grutas imágenes de metal (en algunos casos, de plata) que reproducen el órgano beneficiado con la curación.
    Me lo ha contado un pajarito
    Este dicho asevera el autor citado es ya muy antiguo. Se remonta hasta la Biblia. En efecto: en el libro del Eclesiastés, capítulo X, podemos leer lo siguiente: “Ni en los secretos de tu cámara (dormitorio) digas mal del rico, porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas harán saber tu palabra”.
    Para ilustrar con un ejemplo la profusión de casos que, sobre este tema, abunda en la literatura universal, en la “Historia de dos hermanas”, el último cuento que se encuentra en el libro de “Las mil y una noches”, un pájaro verde que habla, revela al Sultán el verdadero origen de los príncipes Bahman y Perviz, y de la princesa Parizada. También una paloma blanca llega volando desde Inglaterra a Roma en el siglo IX. Va a la iglesia de San Pedro para depositar un pequeño rollo de pergamino, en el cual se narraba el martirio que había sufrido san Kenelm.
    Respecto de esta última narración, cabe recordar el importante papel que han cumplido las palomas mensajeras en beneficio de la humanidad desde hace siglos. Si bien en la actualidad los mensajes vuelan por la red virtual, liberándolas de su valioso oficio secular, a pesar de ello muchos humanos, agradecidos por su tan prolongada y valiosa acción, han constituido asociaciones que protegen, y hasta utilizan sus servicios, a estas extraordinarias aves mensajeras.
    Me la vas a pagar
    “Me la has de pagar” es la versión española, y originaria del dicho, modificado levemente en nuestro medio, con el cual se amenaza a una persona, en forma vindicativa, para cobrarse una deuda, no necesariamente consistente en dinero, por algún presunto daño que aquella ha causado al que amenaza.
    Con respecto a su organización sintáctica, Julio Casares hace notar que el uso de los pronombres femeninos ‘la’ y ‘las’ se manifiesta en varios modismos que empleamos a menudo, tanto en singular, como en plural: “Buena la has hecho”; “Se la han tomado con él”; “La emprendieron a palos”; “Se las da de valiente”; “No sé cómo se las arregla”; “Lleva las de perder”; “Que se las arregle como pueda”; “¿Cómo la estará pasando?”, y muchas otras. Este uso es una constante en español y se remonta no solo al latín, sino hasta el indoeuropeo.
    Por otra parte, debo destacar que ya que esta frase se aplica a múltiples situaciones de la vida, relacionadas con tomar venganza de algo contra alguien atesora un origen distinto al pago de deudas pecuniarias o de dinero, como podríamos pensar en primera instancia. En efecto, “pagar” nació del verbo latino “paccare”, que significa “apaciguar, aplacar, calmar, satisfacer”. Es decir, cuando pagamos una cuenta, dejamos satisfecho a nuestro acreedor, con lo cual se explica el sentido principal con que utilizamos ese verbo, relacionado con deudas económicas.

    sábado, 14 de julio de 2012

    Télam - Agencia Nacional de Noticias de la República Argentina

    http://m.telam.com.ar/nota/31434/

    José Luis

    Garzo y Camus relacionan literatura y cine con sus experiencias vitales. elnortedecastilla.es

    http://www.elnortedecastilla.es/20120714/mas-actualidad/cultura/garzo-camus-relacionan-literatura-201207141936.html

    José Luis

    Para leer y comentar...


    El extraño
     [Cuento. Texto completo]
     H.P. Lovecraft
    http://ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/lovecraf/el_extrano.htm


     Infeliz esaquel a quien susrecuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel quevuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintosde cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, ohacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales ygrotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en lasalturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron...a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo,me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esosrecuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá,hacia el otro.
    No  sé dónde nací, salvo que el castilloera infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altoscielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Laspiedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamentehúmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas decadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solíaencender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio;tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas seelevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra,sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, peroestaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpadomuro poco menos que imposible de escalar.
    Debo haber vivido años en eselugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haberatendido a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a personaalguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas,murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera queme haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que miprimera representación mental de una persona viva fue la de algosemejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como elcastillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y losesqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en lasprofundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas conlos hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras encolores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esoslibros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y norecuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., nisiquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabrahablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismouna cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo yme limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figurasjuveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía concienciade la juventud a causa de lo poco que recordaba.
    Afuera, tendido en el pútridofoso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enterassoñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentesalegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Unavez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba delcastillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado decrecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por elcamino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubresilencio.
    Y así, a través de crepúsculos sinfin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en minegra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pudepermanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa únicatorre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cieloexterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque mecayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, quevivir sin haber contemplado jamás el día.
    A la húmeda luz crepuscular subílos vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde seinterrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantesdonde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo ypavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro,ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantadosmurciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya quepor más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban yun frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió.Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, dehaberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Se me antojó que la nochehabía caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre enbusca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera yarriba y calcular a qué altura me encontraba.
    De pronto, al cabo de unainterminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipiciocóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supeentonces que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, algunaclase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé unobstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino unmortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que suviscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteandosiempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha haciaarriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizabaambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, amedida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento miascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura queconducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia quela torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosacámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratandoque la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento.Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante ecode su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarlacuando fuese necesario.
    Creyéndome ya a una alturaprodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, meincorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventanaque me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esasestrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron,ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertasde aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Másreflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergaraquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillosubyacente. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marcode una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficierugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puertaestaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos losobstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasismás puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, yen el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde lapuerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendorestaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueñosy en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.
    Seguro ahora de que habíaalcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños queme separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndometropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estabatodavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras uncuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor a precipitarmedesde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir laluna.
    De todos los impactos imaginables,ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamenteinconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror delo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que elespectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso,ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionanteperspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, seextendía a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que latierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas demármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyodevastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.
    Medio inconsciente, abrí la verjay avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía endos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente,persistía en ella ese frenético anhelo de luz; ni siquiera el pasmosodescubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni meimportaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, peroestaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. Nosabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y miscircunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleantemarcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente quehacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto;unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo parainternarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo algunaruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una sendaolvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyosrestos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente muchotiempo atrás desaparecido.
    Habían transcurrido más de doshoras cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerablecastillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesaarboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno deintrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que variasde las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempoque se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo queobservé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas,inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos dela más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas,miré al interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, quedepartían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la vozhumana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas carastenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otrasme eran absolutamente ajenas.
    Salté por la ventana y meintroduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mimente saltaba del único instante de esperanza al más negro de losdesalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, seprodujo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podidoconcebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entretodos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horribleintensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas lasgargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y enmedio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendoarrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojoscon las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante,derribando los muebles y dándose contra las paredes en su desesperadointento de ganar alguna de las numerosas puertas.
    Solo y aturdido en el brillanterecinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellosespeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquelloque me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecíavacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar unapresencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado queconducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que meaproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez;y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullidohorrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa-, contemplé entoda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible,inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, habíaconvertido una alegre reunión en una horda de delirantes fugitivos.
    No puedo siquiera deciraproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo quees impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era unafantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; lapútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que latierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe queno era de este mundo -o al menos había dejado de serlo-, y, sinembargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgoscarcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejanareminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadasropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.
    Estaba casi paralizado, pero notanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: untropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me teníaapresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados poraquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaban acerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veíaahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, peroestaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mivoluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar miequilibrio y, bamboleándome, di unos pasos hacia adelante para no caer.Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad dela cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Pocomenos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detenera la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto misdedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía pordebajo del arco dorado.
    No chillé, pero todos lossatánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieronpor mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha deanonadantes recuerdos.
    Supe en ese mismo instante todo loocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y susárboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo másterrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome desoslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.
    Pero en el cosmos existe elbálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En elsupremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y elestallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes.Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché acorrer rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné almausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía moverla trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiarel viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas,burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juegoentre las catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido vallede Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo laluz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para míla alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la GranPirámide; y, sin embargo, en mi nueva y salvaje libertad agradezco casila amargura de la alienación.
    Pues aunque el olvido me ha dadola calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a estesiglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde queextendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marcodorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorablesuperficie del pulido espejo.
    FIN


    cuentosde H.P. Lovecraft

    jueves, 12 de julio de 2012

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    Cirugía
    [Cuento. Texto completo]
     Anton Chejov

    http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/cirugia.htm

    Estamos en un hospital delZemstvo. A falta de doctor, que se ausentó para contraer matrimonio,recibe a los enfermos el practicante Kuriatin. Es un hombre grueso queronda los cuarenta; viste una raída chaqueta de seda cruda y pantalonesusados de lana. En su rostro se refleja el sentimiento de que cumple sudeber y se encuentra satisfecho. Con los dedos índice y pulgar de lamano izquierda sostiene un cigarro que despide un humo pestilente.
    En la sala de visitas entra elsacristán Vonmiglásov. Es un viejo alto y robusto, que viste una sotanapardusca ceñida con un ancho cinturón de cuero. El ojo derecho, atacadode cataratas, lo tiene medio cerrado; en la nariz ostenta una verrugaque de lejos se asemeja a una mosca grande. En un primer momento elsacristán busca con los ojos el icono y, al no encontrarlo, se persignaante una bombona que contiene una disolución de ácido fénico; luegosaca un trozo de pan bendito, que traía envuelto en un pañuelo rojo, y,haciendo una inclinación, lo coloca ante el practicante. 
    -Ah... Mis respetos -bosteza elpracticante-. ¿Qué le trae por aquí?
    -Le deseo un buen domingo, SergueiKuzmich... Tengo necesidad de sus servicios... Con razón se dice, yusted me perdonará, en el Salterio: «Mi bebida está mezclada conlágrimas.» El otro día me disponía con mi vieja a tomar el té y no pudeni probarlo, ni tomar un bocado; era como para morirse... Tomé un sorboy sentí un dolor horrible en una muela y en toda esta parte... ¡Quédolor, Dios mío! En el oído, perdóneme, parecía como si me hubieranmetido un clavo u otro objeto. ¡Qué punzadas, qué punzadas! He pecado,no observé la ley... Mi alma se ha endurecido con vergonzosos pecados,he pasado la vida en la pereza... ¡Por mis pecados, Serguei Kuzmich,por mis pecados! El reverendo padre, después de los oficios litúrgicos,me lo echa en cara; «Tartamudeas, Efim, tu voz es gangosa. No haymanera de entender nada cuando cantas.» Pero ¿cómo quiere que cante, sime es imposible abrir la boca, tengo el carrillo hinchado y no hepodido pegar ojo en toda la noche? 
    -Ya veo... Siéntese... Abra laboca. 
    Vonmiglásov se sienta y abre laboca. Kuriatin arruga el ceño, mira y, entre las muelas que el tabaco yel tiempo han puesto amarillas, ve una adornada con un resplandecienteagujero. 
    -El padre diácono me aconsejó queme aplicara vodka con rábano, pero esto no me ha proporcionado ningúnalivio. Glikeria Anísimovna, que Dios le conceda salud, me dio un hilotraído del monte Athos para que lo llevara atado al brazo y me dijo quehiciera buches de leche tibia. El hilo me lo puse, pero lo de la lecheno lo cumplí: temo a Dios, estamos en Cuaresma... 
    -Es un prejuicio... -Pausa-. Hayque extraerla, Efim Mijéich.
    -Usted sabrá, Serguei Kuzmich.Para eso estudió, para comprender estas cosas tal como son, lo que hayque extraer y lo que se puede remediar con gotas o algo por elestilo... Para eso está aquí, que Dios le dé salud, para que recemospor usted día y noche... como si fuera nuestro propio padre... hasta elfin de nuestros días... 
    -Tonterías... -replica elpracticante en un rasgo de modestia, mientras busca en el armario delinstrumental-. La cirugía es una cosa muy sencilla... todo es cuestiónde práctica y de buen pulso... En un instante acaba uno... El otro día,lo mismo que usted, vino el propietario Alexandr Ivánich Eguípetski...También con una muela... Es un hombre culto, todo lo pregunta, quieresaber el porqué y el cómo. Me estrechó la mano, me llamó por el nombrey el patronímico... Vivió siete años en Petersburgo y conoce allí atodos los profesores... Estuvo un buen rato conmigo... «Por nuestroSeñor Jesucristo», me suplicaba, «extráigamela, Serguei Kuzmich.» ¿Porqué no hacerlo? Se la podía extraer. Lo único que hace falta escomprender las cosas... Hay muelas y muelas. Unas se sacan con fórceps,otras con el pie de cabra, otras con la llave... Según los casos.
    El practicante toma el pie decabra, lo mira interrogativamente, luego lo deja y coge los fórceps.
    -A ver, abra más la boca... -dice,acercándose al sacristán con los fórceps-. Ahora mismo... Es cosa de unmomento... Tendré que hacerle una incisión en la encía... efectuar latracción según el eje vertical... y eso es todo... -Hace la incisión-.Y eso es todo...
    -Usted es nuestro protector...Nosotros, estúpidos, somos unos ignorantes, pero a usted lo iluminó elSeñor... 
    -No hable con la boca abierta...Esta muela es fácil de extraer, a veces uno no encuentra más queraigones... Pero ésta es cosa de nada... -aplica los fórceps-. Quieto,no se mueva... En un abrir y cerrar de ojos... -Efectúa la tracción-.Lo principal es agarrarla lo más hondo posible -Tira... -Para que lacorona no se rompa...
    -Padre nuestro... VirgenSantísima... Ay... 
    -Así no... así no... ¿A ver? ¡Nome agarre! ¡Suélteme! -Tira-. Ahora... Así, así... La cosa no es tanfácil... 
    -¡Santos padres!... -grita-.¡Ángeles del cielo! ¡Ay, ay! ¡Pero tira ya, tira! ¿Te vas a pasar cincoaños para arrancarla? 
    -Esto de la cirugía... De un golpeno es posible... Ahora, ahora...            
    Vonmiglásov levanta las rodillashasta la altura de los codos, mueve los dedos, los ojos se ledesorbitan, respira fatigosamente... Su cara, congestionada, se cubrede sudor, los ojos se le llenan de lágrimas. Kuriatin resopla, se mueveante el sacristán y sigue tirando... Transcurre medio minuto horrorosoy los fórceps se escurren de la muela. El sacristán se pone en pie deun salto y se mete los dedos en la boca. La muela sigue en su sitio.
    -¡Vaya manera de tirar! -dice convoz llorosa y, al mismo tiempo, burlona-. ¡Ojalá tiren así de ti en elotro mundo! ¡Muchísimas gracias! ¡Si no sabes sacar muelas, no te metasa hacerlo! No veo ni la luz... 
    -¿Y tú por qué me agarrabas de esemodo? -se irrita el practicante-. Cuando yo tiraba, me empujabas en elbrazo y no cesabas de decir estupideces... ¡Imbécil! 
    -¡El imbécil serás tú! 
    -¿Crees, mujik, que es fácilextraer una muela? ¡A ver, prueba tú! ¡No es como subir a la torre dela iglesia y repicar las campanas! -Remedándole-. «¡No sabes, nosabes!» ¿Quién eres tú para decirlo? Al señor Eguípetski, AlexandrIvánich, le extraje una muela y no protestó para nada... Es un hombremucho más distinguido que tú; no me agarraba... ¡Siéntate! ¡Te digo quete sientes! 
    -No veo nada... Espera a querecobre el aliento... ¡Oh!            
    Se sienta.
    -Pero no te entretengas tanto,tira fuerte. No te entretengas y tira... ¡De una vez! 
    -No me des lecciones. ¡Señor, quégente más ignorante! Es para volverse loco... Abre la boca... -Aplicalos fórceps-. La cirugía, hermano, no es una broma... No es lo mismoque cantar en el coro... -Hace la tracción-. No te muevas. Se ve que lamuela es vieja; las raíces son muy hondas... -Tira-. No te muevas...Así... así... No te muevas... Ahora, ahora... -Se oye un crujido-. ¡Yalo sabía! 
    Vonmiglásov permanece unosinstantes inmóvil, como si hubiera perdido el conocimiento. Estáaturdido... Sus ojos miran estúpidamente al espacio y su pálida caraestá bañada en sudor. 
    -Si hubiera usado el pie decabra... -balbucea el practicante-. ¡Buena la hemos hecho! 
    Volviendo en sí, el sacristán semete los dedos en la boca y en el sitio de la muela enferma encuentrados salientes. 
    -Diablo sarnoso... -gruñe- ¡Te hanpuesto aquí para nuestra desgracia!            
    -Todavía vienes con insultos...-protesta el practicante, colocando los fórceps en el armario-. Eres unignorante... En el seminario no te zurraron bastante... El señorEguípetski, Alexandr Ivánich, vivió siete años en Petersburgo... es unhombre culto... lleva trajes de cien rublos... y no me insultó... ¿Ytú, qué gallinácea eres? ¡No te pasará nada, no te morirás por eso!
    El sacristán coge el pan benditode la mesa y, con la mano en la mejilla, se va por donde había venido...
    FIN

    jueves, 5 de julio de 2012

    Teatro Hoy: NERUDA por Índalo Luque

    5073 y 8084
    Para comentar...                          http://instituto8084.blogspot.com.ar/
    José Luis

    domingo, 1 de julio de 2012

    Mario Vargas Llosa: "Una sociedad impregnada de buena literatura es más exigente"

    http://www.lanueva.com/edicion_impresa/nota/25/06/2012/c6p113.html

    José Luis

    Al rescate de lenguas en peligro de extinción. Información General, 21 de junio de 2012, Diario El Día, La Plata, Argentina

    http://www.eldia.com.ar/edis/20120621/al-rescate-lenguas-peligro-extincion-20120621103835.htm

    José Luis

    La Real Academia Española actualiza su diccionario con palabras como bloguero, friki, canalillo y espanglish

    http://www.muyinteresante.es/la-real-academia-espanola-actualiza-su-diccionario-con-palabras-como-bloguero-friki-canalillo-y-espanglish

    José Luis

    Ocho frases de Jean Jacques Rousseau

    http://www.muyinteresante.es/ocho-frases-de-jean-jacques-rousseau

    José Luis

    Cinco citas de "El Principito"

    http://www.muyinteresante.es/cinco-citas-de-qel-principitoq

    José Luis

    5 frases de Pearl S. Buck, premio Nobel de Literatura

    http://www.muyinteresante.es/5-frases-de-pearl-s-buck-premio-nobel-de-literatura

    José Luis

    José Luis

    Taller Filosófico Sicológico

    José Luis