Cerremos nuestros ojos en silencio.
Guardemos un minuto de negrura
por aquellos que nunca recibieron
la luz en sus pupilas diminutas.
Sus voces se apagaron y sus cuerpos
quedaron fracturados como lunas
—capullos que la hoz dejó tendidos
un otoño de madres vueltas tumbas—.
Guardemos un minuto de conciencia
ante la resta que venció a la suma,
ante la errata que hizo a la palabra
desmoronarse en la traidora hondura.
Sean los abortados de la tierra
rememorados cada noche oscura
desde donde suplican a sus madres
una razón para sus vidas truncas.
Hay un monte de alas arrancadas
esperando por Dios, y hay una absurda
autoconsolación en la que mata,
en la que al "sí" responde: ¡nunca!, ¡nunca!.
¿Quién aboga por las almitas frías
que jamás estrenaron la dulzura
materna, ni el encaje ni el elogio,
que pudiendo ser mar, fueron espuma…?
¡Quiera Dios que este canto desgarrado
logre prender la llama de una duda
en alguna mujer donde la espiga
esté temblando dentro de su urna!
Abramos nuestros ojos y roguemos
que llegue la esperanza a cada cuna.
¡Que la luz se haga en todas las pupilas
y el amor triunfe en todas las penumbras!
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